

Escritor y pensador
Hay momentos en los que la vida, sin previo aviso, se vuelve un lugar extraño. Caminamos entre obligaciones, saludamos a conocidos, cumplimos tareas… pero dentro de nosotros, algo ha dejado de hacer ruido.
Es un silencio raro, no el que calma, sino el que pesa. Un vacío que no sabemos bien cómo nombrar. A veces, este vacío aparece después de un gran cambio: una pérdida, una mudanza, una ruptura. Otras veces, surge en medio de la rutina, como si un día, sin razón aparente, despertáramos preguntándonos: ¿Para qué todo esto? No es tristeza exactamente.
Tampoco es enojo. Es una sensación de estar despegados del mundo, como si nuestra alma fuera una carta olvidada en algún buzón.
Este vacío existencial, porque sí, tiene nombre, es más común de lo que creemos, aunque casi nadie hable de él. Se nutre de la desconexión, de las prisas, de las expectativas ajenas que vamos cargando como si fueran nuestras.
Se instala cuando dejamos de preguntarnos qué nos importa de verdad, o cuando nos cansamos de buscar respuestas que nunca llegan.
No es fácil reconocerlo. Muchas veces preferimos ignorarlo, distraernos, seguir adelante como si nada. Pero el vacío tiene paciencia. Se acomoda en los silencios, en las madrugadas, en vela, en esas conversaciones en las que estamos presentes pero no estamos. ¿Y qué hacer cuando lo sentimos? No hay una fórmula única.
Algunos encuentran alivio volviendo a lo sencillo: un paseo, un reencuentro con un viejo sueño, una charla honesta. Otros necesitan pedir ayuda, sentarse frente a alguien que les escuche sin juzgar.
A veces, basta con detenerse y atreverse, a mirar de frente ese hueco interior, sin miedo, sin culpa. Porque aunque duela, el vacío puede ser también una invitación.
Una oportunidad para empezar de nuevo, para construir un sentido que no venga de afuera, sino de adentro. Para recordar que vivir no siempre se trata de tener todas las respuestas, sino de caminar, incluso cuando no sabemos muy bien hacia dónde.
Si hoy te sientes así perdido, desconectado, cansado de fingir, no estás solo. A veces, el primer paso para reencontrarse es simplemente aceptar que algo en nosotros pide ser escuchado. Y que eso, lejos de ser una derrota, puede ser el comienzo de algo profundamente verdadero
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El impacto del trastorno de apego en nuestra vida emocional
Hay algo que todos los seres humanos necesitamos desde que llegamos al mundo: amor, cuidado y conexión. No es un lujo, ni un extra: es una necesidad vital.
El vínculo que formamos con quienes nos cuidan en nuestros primeros años es la base sobre la que se construye todo lo demás: la confianza, la autoestima, la capacidad de amar.
Pero ¿qué pasa cuando ese vínculo no se forma como debería? Cuando en lugar de brazos que acogen, hay ausencia, frialdad o incluso maltrato.
Cuando el corazón de un niño aprende, desde muy temprano, que no es seguro amar.A esto le llamamos trastorno de apego, y aunque suena técnico, en realidad habla de algo muy humano: del dolor de no haber sido amado como se necesitaba.
Dos formas de buscar amor cuando faltó cuando un niño no recibe el cuidado emocional adecuado, su forma de relacionarse con el mundo cambia.
Hay dos maneras en que esto puede manifestarse:Algunos niños se cierran al mundo. No confían, no buscan consuelo, parecen indiferentes.
Es el llamado trastorno de apego reactivo. Detrás de esa aparente frialdad, suele haber una tristeza profunda.Otros hacen lo contrario: se aferran a cualquiera que les muestre algo de atención.
Se vuelven excesivamente confiados con desconocidos, como si estuvieran constantemente buscando el amor que les fue negado.
Es el trastorno de relación social desinhibida.Ambas respuestas tienen algo en común: son adaptaciones a un entorno emocionalmente inseguro.
Las heridas invisibles que llevamos a la adultez muchos adultos que luchan con relaciones caóticas, miedo al abandono, desconfianza extrema o una necesidad constante de aprobación, en realidad están cargando con heridas de apego no sanadas.
Tal vez nadie se dio cuenta cuando eran niños. Tal vez aprendieron a sobrevivir sin pedir ayuda. Pero esas heridas no desaparecen solas.
Sanar sí es posible lo más importante que necesitas saber es esto: sanar es posible. Aunque el dolor venga de muy lejos, aunque parezca parte de tu identidad, no estás condenado a repetir la historia.
Hoy existen terapias que ayudan a reconstruir el vínculo más importante: el que tienes contigo mismo y con los demás. Terapias que te enseñan que es seguro sentir, confiar, amar.
La terapia basada en el apego permite, poco a poco, construir relaciones sanas desde el presente, incluso si en el pasado no las tuviste. La terapia cognitivo-conductual puede ayudarte a cambiar patrones que hoy ya no te sirven.
Y si eres madre, padre o cuidador, hay intervenciones que pueden transformar la vida de un niño desde ahora mismo. Amor como medicina preventiva nada reemplaza un entorno familiar amoroso, presente y emocionalmente disponible.
Por eso, hablar de apego no es solo mirar el pasado; es también una invitación a cuidar mejor el presente. A ser más conscientes del poder que tenemos para amar, para sanar, para cambiar historias.
Alma en pena, vagando por el vasto sendero del hades,
Los buitres comen su carne que en van se deshace,
Ya que su sufrimiento es eterno, su condena no cesa.
Gritos ahogados en la garganta, eco en la oscuridad,
La sombra de su pasado, un peso que no puede cargar.
El río Estigia fluye, testigo de su pesar,
Un alma atrapada en el tiempo, sin poder escapar.
Cadenas invisibles atan su espíritu a este lugar,
La esperanza se desvanece, solo queda el vacío abisal.
El fuego del Tártaro arde, un recordatorio cruel,
De que su castigo es eterno, un tormento sin fin.
Los lamentos de los condenados llenan el aire,
Un coro de almas en pena, un concierto de desesperación.
La oscuridad se cierne, envolviendo todo a su paso,
Un reino de sombras, donde el dolor es el rey.
Alma en pena, vagando sin rumbo en la eternidad,
Un espectro condenado a sufrir por toda la eternidad.
Su existencia es un eco, un susurro en el viento,
Una sombra que se desvanece en el olvido eterno.
Robson MARINS
Tengo el ego herido por ver cómo el injusto se cree justo,
por tener que callar mientras el que miente se autoproclama verdadero,
por escuchar las burlas de los perversos y silenciarme,
porque según algunos, el callado vence.
Tengo el ego herido, por continuamente pedir perdón para evitar discusiones,
por ver cómo el perverso se justifica y los que conocen la verdad se callan,
porque tienen miedo de su opresor.
Mi ego está herido por la injusticia que reina en el silencio,
por las palabras no dichas que queman en mi garganta,
por la impotencia de saber y no poder gritarlo al mundo,
por la máscara de cortesía que me obliga a sonreír.
Mi corazón clama por justicia en un mundo sordo,
donde el valiente es obligado a agachar la cabeza,
donde la verdad es encarcelada por el miedo,
y la dignidad se convierte en moneda de cambio.
Tengo el ego herido y el alma en llamas,
pero en mi interior arde una llama de esperanza,
una fe inquebrantable en que la verdad prevalecerá,
y la voz de los justos se alzará sobre el ruido de la mentira.
Porque aunque hoy mi ego esté herido,
sé que mañana la justicia hablará,
y el silencio cómplice se romperá
ante la fuerza de la verdad liberada.
El trauma es una experiencia que puede dejar huellas profundas en la mente y el cuerpo. Ya sea debido a un accidente, abuso, desastre natural o cualquier evento extremadamente perturbador, el impacto emocional y psicológico puede ser devastador. En este artículo, exploraremos una de las preguntas más comunes que surgen en torno al trauma: ¿se olvida o se cura?
La Naturaleza del Trauma
Primero, es importante entender qué es el trauma. Es una respuesta a eventos que sobrepasan la capacidad de una persona para afrontarlos, generando un sentimiento abrumador de impotencia y miedo. Los records de estos eventos pueden ser tan intensos que afectan a la forma en que una persona pensa, siente y actúa.
¿Se Olvida el Trauma?
A menudo, las personas se preguntan si es posible simplemente olvidar un evento traumático y seguir adelante. Sin embargo, olvidar no es una solución viable ni común. El cerebro humano está diseñado para recordar eventos significativos, especialmente aquellos que representan amenazas. Aunque algunas personas pueden reprimir o bloquear recuerdos traumáticos como mecanismo de defensa, estos recuerdos suelen resurgir más tarde en la vida, causando angustia y problemas psicológicos adicionales.
¿Por qué Algunas Personas que han Sufrido Traumas son Perversas con Otras que han Sufrido de Manera Similar?
El trauma puede dejar una marca profunda en la mente y el comportamiento de una persona. Mientras que algunos individuos logran superar sus experiencias traumáticas y desarrollan empatía y resiliencia, otros pueden exhibir comportamientos perversos hacia los demás, incluso hacia aquellos que han pasado por traumas similares. La respuesta a por qué esto ocurre es complejo y multifacético, implicando factores psicológicos, sociales y biológicos. Aquí exploraremos estas dinámicas en profundidad.
Factores Psicológicos
Factores Sociales
Factores Biológicos
Otros Factores Contribuyentes
¿Se Cura el Trauma?
Curar el trauma implica un proceso de recuperación y sanación que va más allá del simple olvido. Este proceso puede incluir diversas terapias y enfoques, como la terapia cognitivo-conductual, entre otras. La curación del trauma se enfoca en integrar y procesar los recuerdos traumáticos de manera que dejen de ser perturbadores y puedan ser recordados sin provocar una intensa angustia emocional.
Proceso de Curación
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